Por Juan de la Cruz
Historiador
y profesor universitario
La proclamación de la República
Dominicana como nación libre e independiente se produjo el 27 de febrero de
1844, como resultado de un largo proceso de lucha, emprendido por los elementos
más avanzados de nuestro pueblo en pos de lograr la identidad nacional e
independencia total de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, cuyo
trayecto histórico se puede situar desde finales del siglo XV hasta mediados
del siglo XIX.
Pero es sólo con la formación de la
Sociedad Secreta La Trinitaria, el 16 de julio de 1838, bajo la presidencia de
Juan Pablo Duarte, que el ideal de independencia nacional absoluta adquiere su
máximo esplendor. De esta manera, los ideales revolucionarios separatistas
cobran una fuerza enorme, lo que le puso en condiciones de hacer alianzas con
los reformistas haitianos para derrocar al dictador haitiano Jean Pierre Boyer,
lo que consiguieron. Pero las cosas no quedaron ahí, sino que los trinitarios
tenían claro que ese era sólo un paso para avanzar hacia una etapa superior, la
independencia total, de lo cual se dio cuenta el presidente provisional de
Haití, General Charles Riviére Hérard, quien se planteó acabar con el
movimiento subversivo que crecía como la verdolaga en todos los rincones de la
parte Este de la Isla de Santo Domingo.
Los trinitarios siembran la semilla de
la separación mediante una intensa y sistemática propaganda desplegada entre
los habitantes de todos pueblos del Sur, del Cibao y del Este; asimismo,
establecen Juntas Populares en todas las localidades de la parte oriental de la
Isla de Santo Domingo, con lo cual logran un número considerable de adeptos
para la causa nacional.
Los revolucionarios independentistas
participan en las Asambleas Electorales responsables de elegir a los miembros
de los Colegios Electorales responsables de seleccionar, a su vez, a los
diputados que participarían en la Asamblea Nacional Constituyente Haitiana,
obteniendo en ese proceso una victoria aplastante sobre los sectores haitianos
y pro-haitianos. Al decir del historiador José Gabriel García, los trinitarios
“se adueñaron de casi todas las municipalidades”, lo cual “vino a demostrar que
la separación estaba ya hecha y que no faltaba sino darle forma: es decir,
proclamarla como lo exigieran las circunstancias” (José Gabriel García, Tomo II,
1982:197).
Toda esta situación favorable tuvo su
menoscabo cuando el General Riviére Hérard avanzó por entre los principales
pueblos del Cibao hasta llegar a la Capital, desplegando allí un amplio
operativo persecutorio contra todos aquellos individuos considerados opositores
al régimen haitiano y partidarios de la separación de la parte oriental de la
Isla de Santo Domingo.
El general Riviére Hérard dividió su
poderoso ejército en tres columnas, teniendo todas como punto de llegada y
encuentro a Santo Domingo: una entró por el Sur, otra por Santiago y la
tercera, encabezada por el propio Hérard, se dirigió primero a Puerto Plata,
donde nombró como Comandante de la Plaza de Armas al teniente coronel Antonio
López Villanueva; luego se dirigió a Santiago, Moca y La Vega, tras las huellas
de la conspiración armada de que había sido alertado; posteriormente se dirige
a San Francisco de Macorís, donde detuvo al cura Salvador de Peña por encontrar
propagandas alusivas a los trinitarios y procedió a restituir como comandante
de la Plaza de Armas al teniente coronel Charlot, quien había sido destituido
por el municipio.
De allí se dirigió a Cotuí, donde se
dio cuenta que el cura Juan Puigvert era amigo y cómplice del cura de Macorís,
Salvador de Peña, y la palanca que hacía mover al municipio, lo que le hizo
comprender las razones que motivaron la destitución del teniente coronel
Prud’homme como Comandante de la Plaza de Armas. Posteriormente procedió a
hacer preso al cura Puigvert y al patricio Ramón Matías Mella, que en ese
momento se encontraba organizando la conspiración en el lugar, enviándolos a
Puerto Príncipe, al tiempo de restituir en el puesto a Prud’homme.
Finalmente, se dirigió a Santo Domingo,
ciudad a la que entró el 12 de julio de 1843, encontrando todas las puertas de
los ciudadanos de origen español cerradas, razón por la cual, según sus propias
palabras, se vio precisado “a organizar el municipio y castigar a los
facciosos”.
En total fueron encarcelados diecisiete
dirigentes de La Trinitaria; otros se vieron precisados a esconderse o fingir
su muerte -como Francisco del Rosario Sánchez y Vicente Celestino Duarte-,
mientras que los más conocidos tuvieron que embarcarse clandestinamente a
Curazao, entre ellos Juan Pablo Duarte, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro
Pérez, para no caer en mano del gobernante haitiano y ser posteriormente
fusilados.
Cuando el general Riviére Hérard se
retiró de la parte española de la Isla, los separatistas -ahora encabezados por
Francisco del Rosario Sánchez, Vicente Celestino Duarte, Manuel Jimenes González
y José Joaquín Puello- no vacilaron en ponerse de acuerdo y constituir en la
Capital el centro revolucionario que, comenzando por establecer comunicación
con Juan Pablo Duarte y los demás iniciadores del movimiento, que se encontraban
tanto dentro como fuera del país, debía concluir por concertar el
pronunciamiento de los pueblos en favor de la separación, labor a la que
contribuyeron significativamente Ramón Matías Mella, Tomás Bobadilla, Juan
Evangelista Jiménez, Gabino Puello y Juan Contreras, entre otros.
Después de concitar el apoyo de casi
todos los pueblos del país en favor de la independencia nacional, de integrar a
la mayor parte de los sacerdotes de la Iglesia Católica al proyecto
emancipador, de incorporar a ciertos sectores conservadores a la causa
separatista y obtener una cantidad considerable de pertrechos militares para la
conspiración patriótica, en virtud de la donación ejemplar y desinteresada
hecha por Duarte, su madre, hermanos y hermanas de la fortuna dejada por don
Juan José Duarte. Así como el aporte que hicieron los demás trinitarios
siguiendo ese ejemplo imperecedero, el 27 de febrero de 1844 se produjo el
golpe militar revolucionario contra el gobierno haitiano y, posteriormente,
casi todos los pueblos del interior manifestaron su adhesión al nuevo orden
político independiente.
Lograda la independencia nacional,
Duarte y sus compañeros fueron mandados a buscar al exterior en la goleta
Leonor, dirigida por el almirante Juan Alejandro Acosta, recibiendo, a su
llegada por el Puerto de Santo Domingo, una ovación multitudinaria y obteniendo
el primero, desde entonces, el título mayor de la República: Padre de la Patria
Dominicana.
Sin embargo, el poder tanto económico,
político como militar quedó en mano de los sectores conservadores y enemigos de
la patria, lo que le llevó a maquinar en contra de la independencia plena de la
República Dominicana y, de esa manera, vender el país al mejor postor. Esta
actitud fue combatida por Duarte y los demás trinitarios por distintos medios
hasta llegar al extremo de sublevarse contra la Junta Central Gubernativa el 9
de junio de 1844, para mostrar su desacuerdo con el intento de protectorado
francés que pretendieron consumar Bobadilla, Santana, Báez y demás facciosos,
como parte del Plan Levasseur.
La Junta Central Gubernativa volvió a
ser presidida, desde entonces, por el General Francisco del Rosario Sánchez; la
Plaza de Armas de Santo Domingo fue comandada por el General Juan Pablo Duarte
y la Plaza de Armas de Santiago de los Caballeros, por el General Ramón Matías
Mella, quienes fueron ascendidos a generales de división, tal como la
oficialidad de Santo Domingo le había propuesto a la destituida Junta que
presidía Tomás Bobadilla.
El General Pedro Santana, que se sentía
amenazado por la situación conflictiva que se daba en Santo Domingo, aprovechó
que Duarte estaba en el Cibao calmando los ánimos de quienes lo proclamaban por
doquier presidente de la República, desde Baní envió un emisario por ante el
cónsul francés en el país, Eustache de Juchereau de Saint Denys, para que
intercediera por ante el Presidente Sánchez y le permitiera entrar a la Capital
bajo el pretexto de deponer las armas.
En principio, Sánchez se resistió, pero
ante la amenaza del cónsul francés de que retiraría su legación diplomática del
país si no se le permitía la entrada a Santo Domingo al General Santana, aquel
accedió. Una vez en la Ciudad Primada, Santana tomó los puntos claves de ésta y
procedió a dar un golpe de Estado al presidente Sánchez, ante lo cual no
reaccionó José Joaquín Puello, a quien había dejado Duarte al frente de la
Plaza de Armas de Santo Domingo, bajo el pretexto de no causar un baño de
sangre entre dominicanos.
Al enterarse de la situación, los
pueblos del Cibao intentaron sublevarse contra la nueva Junta Central
Gubernativa presidida por el General Santana, pero los resultados fueron
infructuosos, ya que fueron sofocados inmediatamente y los trinitarios,
perseguidos tenazmente, encarcelados o expatriados a perpetuidad, al mismo
tiempo fueron declarados injustamente traidores a la Patria. Desde entonces, el
poder de la República Dominicana quedó de forma absoluta en las manos del
dictador Pedro Santana y de los demás traidores de la Patria.
Eso no detuvo la lucha de estos y otros
titanes de la libertad en favor de la independencia nacional. Así lo demuestra
la trama conspirativa de María Trinidad Sánchez, Andrés Sánchez, Nicolás de
Barias, José del Carmen Figueroa, Feliciano Martínez, Blas Berroa y Eugenio
Contreras- de la que se presume fue mentor el entonces ministro de Guerra y
Marina, Manuel Jimenes González, al que no quiso delatar la tía de Sánchez, por
entender que éste era más útil que ella a la causa de la República-, cuyo
propósito esencial era lograr el retorno de los trinitarios, meses atrás
desterrados del país.
Por el retorno de los trinitarios
habían intercedido ante el General Santana diferentes personalidades del país,
incluidos Manuel Jimenes González y María Trinidad Sánchez, pero el dictador
siempre argumentaba que algunos ministros que le acompañaban se resistían ante
esa posibilidad, con los cuales debía contar como titular del Poder Ejecutivo
para tomar una decisión de esa naturaleza, conforme lo establecía la
Constitución del 6 de Noviembre de 1844, y que tal acción sólo podía llevarse a
cabo si él tenía en sus manos el poder absoluto del país.
En esa trampa cayó la heroína de
febrero quien, junto a Manuel Jimenes González y otros militares identificados
con la causa independentista, se enfrascaron en una conspiración orientada a destituir
a Tomás Bobadilla como superministro del gobierno santanista, con el propósito
de allanarle el camino a Santana para que pudiera implantar su dictadura
militar absolutista y, de esa manera, estuviera en capacidad de disponer el
regreso de los expatriados. Nada más ingenuo, ya que era el propio Santana el
máximo responsable del destierro de los trinitarios, lo cual se puso en
evidencia, una vez más, cuando se enteró de la trama en contra de sus
ministeriales y, después de un juicio sumario, procedió a fusilar a María
Trinidad Sánchez, Nicolás de Barias, José del Carmen Figueroa y Andrés Sánchez
el 28 de febrero de 1845, un día después de cumplirse el primer aniversario de
la Independencia Nacional. En ese sentido, es importante ver lo que establece el
acta de defunción, que yace en el Archivo de la Catedral, en torno a estos
cuatro destacados patriotas:
“En la ciudad de Santo Domingo, el día
28 de febrero del corriente año (1845), yo el infrascrito cura di sepultura
conduciéndolos al patíbulo en compañía del Señor Vicario General y del Cura de
San Carlos, a Nicolás de Barias, María Trinidad Sánchez, José del Carmen
Figueroa y Andrés Sánchez. Recibieron los Santos Sacramentos”.
La disposición de los trinitarios de
devolverle al país su soberanía, también se puso de manifiesto entre los meses
de mayo y julio de 1861, con la acción emprendida por el patricio Francisco del
Rosario Sánchez en la zona de Elías Piña, San Juan de la Maguana y Neiba.
Sánchez, tras retornar del exilio a partir de la amnistía general decretada por
el presidente Manuel Jimenes González en 1848 y luego de haber colaborado con
los gobiernos de Buenaventura Báez y del General Pedro Santana entre 1849 y
1857, se vio compelido a salir nuevamente al exilio a Saint Thomas tras la toma
de la ciudad de Santo Domingo por el general Pedro Santana en el marco de la
Revolución de Julio de 1857. Sánchez, que había sido Gobernador del Distrito de
Santo Domingo en el gobierno de Báez, hizo contacto con los generales exiliados
José María Cabral y Luna y Fernando Taveras, junto a quienes hace una proclama
conjunta contra la anexión de la República Dominicana a España el 18 de marzo
de 1861 y posteriormente se dirigen al presidente haitiano Fabré Geffrard para
recabar su apoyo tanto táctico como militar.
Francisco del Rosario Sánchez y sus
compañeros recibieron el apoyo del gobierno haitiano y se dividieron el
territorio de la parte suroeste del país en tres frentes, cada uno de los
cuales estaría encabezado por uno de los generales complotados. Sánchez encabezaba
la columna que se dirigía a San Juan de la Maguana, José María Cabral la que se
dirigía a Las Matas de Farfán y sus cruces, mientras que Fernando Taveras la
que tomaría a Neiba. El gobierno español
se enteró del apoyo recibido por los patriotas dominicanos y le dio un
ultimátum a Fabré Geffrard, de que, si no retiraba el apoyo a los rebeldes,
bombardearía a Puerto Príncipe.
Geffrard envió emisarios para que informaran
la situación a los generales rebeldes, logrando recibir las informaciones
Cabral y Taveras, pero lamentablemente Sánchez había sido objeto de una
emboscada por parte del general Santiago D’ Oleo, que se le unió al cruzar la
frontera, quien le traicionó, capturó, trasladó y entregó junto a sus 22
compañeros de armas al general Pedro Santana en San Juan de la Maguana. Una vez
en San Juan de la Maguana, los patriotas fueron juzgados por una corte militar
designada por el General Santana, la cual los condenó a todos a la pena de
muerte y fueron posteriormente fusilados, muy a pesar de Sánchez se echó toda
la culpa y pidió que a sus compañeros se les perdonara la vida.
Es, asimismo, muy importante destacar
la lucha llevada a cabo por los restauradores entre los años 1863-1865 para
devolverle al país la independencia perdida a mano de España, destacándose en
esa contienda bélica Santiago Rodríguez, Gregorio Luperón, Gaspar Polanco,
Pedro Antonio Pimentel y José Antonio Salcedo, entre otros, quienes, junto al
pueblo dominicano, lograron hacer que ondeara nuevamente la enseña tricolor.
Al enterarse de la anexión del país a
España y del fusilamiento de su compañero trinitario Francisco del Rosario
Sánchez por parte de Pedro Santana, Duarte regresó a su patria con la clara
disposición de “luchar con las armas en la mano contra la anexión a España
llevada a cabo a despecho del voto nacional por la superchería de ese bando
traidor y parricida”, el 25 de marzo del año 1864, teniendo para entonces 51
años.
Posteriormente, los portadores del
ideal trinitario han sabido mantener encendida la antorcha de la lucha
independentista, siendo los hechos más significativos:
1) La acción desarrollada por el
movimiento revolucionario del 25 de noviembre de 1873 contra los esfuerzos
desplegados por Buenaventura Báez en procura de incorporar el país a los Estados
Unidos de América durante el gobierno del presidente norteamericano Ulises
Grant, a cambio de beneficios políticos, económicos y militares.
2) El enfrentamiento tanto cívico como
militar del pueblo dominicano contra la primera intervención militar norteamericana
de 1916, siendo los movimientos y figuras más destacadas: La Batalla de la
Barranquita en Valverde Mao, que lideró Máximo Cabral; el movimiento
guerrillero de los campesinos del Este, denominado por los Estados Unidos con
el mote de “Gavilleros”; el joven Gregorio Urbano Gilbert, quien los enfrentó
con un revolver al llegar al puerto de San Pedro de Macorís; la organización
patriótica Unión Nacional Dominicana, donde participaron los destacados
intelectuales Américo Lugo, Emiliano Tejera, Félix Evaristo Mejía, Federico
García Godoy, Fabio Fiallo, Rafael Justino Castillo, Francisco Henríquez y
Carvajal, Federico Henríquez y Carvajal, Pedro Henríquez Ureña, Max Henríquez
Ureña, y Ercilia Pepín, entre otros.
3) El enfrentamiento cívico y militar
del pueblo dominicano contra la segunda intervención militar norteamericana de
abril de 1965, donde tuvieron una participación destacada tanto en la
preparación de la resistencia como en la ejecución, el Movimiento
Constitucionalista Enriquillo, los coroneles Rafael Tomás Fernández Domínguez,
Francisco Alberto Caamaño Deñó y Juan Manuel Lora Fernández, los capitanes
Mario Peña Taveras y Quirós Pérez, el contralmirante Manuel Ramón Montes
Arache, el mayor Agustín Núñez Nogueras, el Dr. José Francisco Peña Gómez e
importantes líderes de la izquierda revolucionaria, entre otros.
Para la concretización del ideal de los
trinitarios en las circunstancias presentes es necesario que todos/as los/as
dominicanos y dominicanas con sentimientos patrióticos se unan monolíticamente
para hacer efectiva la consumación definitiva de una independencia nacional
verdaderamente integral, que no se quede exclusivamente en el aspecto político,
sino que contemple también los aspectos económico, social, científico-técnico,
militar e ideológico-cultural.
Esa independencia integral debe ser
totalmente incluyente, donde sean tomados en cuenta todos los dominicanos, pero
cuyo soporte fundamental sean los sectores populares y la juventud, quienes
mediante sus diferentes instrumentos organizativos estarían en capacidad de
regir los destinos del país y ejercer el poder político sin intermediarios.
Esto quiere decir que la nueva independencia nacional deberá estar sustentada
en verdaderos poderes populares locales, los cuales a su vez deben servir de
base a la constitución de un Poder Popular Central.
La independencia nacional de la
República Dominicana, en las actuales circunstancias, asume la característica
singular de Poder Popular: única garantía de que ella sea el resultado de la
construcción colectiva del pueblo y de sus diferentes expresiones
organizativas, donde la soberanía nacional absoluta, la democracia
participativa, la libertad en todas sus expresiones, un modelo económico
incluyente, la justicia social plena, la equidad social y de género, el
ejercicio ético de la política y de las funciones en la administración, el
desarrollo de la memoria histórica y la identidad nacional-popular, el respeto
a la multiculturalidad, así como el reconocimiento a la diversidad, a la
creatividad y al surgimiento de diferentes escuelas de pensamiento, sean tan
sólo algunas de sus nuevas formas de manifestarse.
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